EL LIBRO QUE ENCENDIÓ MI PASIÓN POR LA LECTURA Y LA HISTORIA

 

Tenía apenas seis años cuando llegó a mis manos Los tres mosqueteros, de Alejandro Dumas. No recuerdo si fue un regalo o si lo tomé prestado de alguna biblioteca familiar, pero lo que sí tengo claro es que ese libro cambió mi vida. A esa edad, cuando la mayoría de los niños aún está descubriendo las letras, yo quedé hechizado por el mundo de espadas, lealtades inquebrantables y aventuras que se abría ante mis ojos con cada página. Fue mi primera lectura profunda, y desde entonces supe que los libros serían parte fundamental de mi vida.

La historia de D’Artagnan y sus inseparables compañeros Athos, Porthos y Aramis me atrapó de inmediato. No solo por la acción abundante y vibrante, sino porque detrás de cada duelo y cada conspiración se sentía el peso de una época. La corte de Luis XIII, el poder sutil pero implacable del cardenal Richelieu, los códigos de honor, los trajes, las costumbres… Todo aquello me hizo asomarme, sin saberlo, al pasado. A través de la ficción, empecé a amar la historia.

Con el tiempo descubrí que las novelas de Alejandro Dumas no son estrictamente históricas, pero sí están construidas sobre un sólido trasfondo de hechos reales. Más allá de los eventos, sus páginas permiten entender cómo se vivía, qué se pensaba y cómo se sentía en aquellos siglos. Son una ventana a las costumbres, a los valores y a las contradicciones de épocas que, aunque lejanas, todavía nos hablan.

Tiempo después, movido por la impresión que me dejó Los tres mosqueteros, busqué sus continuaciones: Veinte años después y El vizconde de Bragelonne. En ellas, seguí el crecimiento y la transformación de los personajes que ya sentía como viejos amigos. En especial El vizconde de Bragelonne me conmovió profundamente, por su tono más reflexivo y melancólico, y por cómo retrata el paso del tiempo y narra el fin de una era. Ya no eran solo aventuras; era la vida misma, con sus glorias y sus despedidas.

Hoy, después de tantos años y de tantos libros, sigo considerando esa lectura temprana como una de las más decisivas de mi vida. Me convirtió en lector, sí, pero también despertó en mí una curiosidad inagotable por la historia, por los contextos, por entender cómo se ha forjado el mundo que habitamos. Y todo empezó con un libro de tapas gastadas, leído con ojos de niño y con el corazón abierto.

No sé si Dumas imaginó alguna vez que su obra tendría ese efecto en un lector tan joven, tan lejos de su Francia del siglo XIX. Pero lo cierto es que su literatura, como toda la buena literatura, trasciende el tiempo y el espacio. A mí me abrió las puertas de la lectura y me regaló una pasión que me acompaña hasta hoy.

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